viernes, 27 de junio de 2014

Trieste

Llegaron a la costa a eso de las siete de la tarde. No iban sobrados de tiempo, tenían que recorrer casi mil kilómetros en tres días, pero Gabi se puso muy pesado. Sabía que Luis sólo había estado una vez en el mar, y que aunque fuese un ratito, valdría la pena tener ese momento.

La costa de Trieste es distinta de las demás costas de Italia. Para mí siempre será mi costa, mi enorme plaza con los brazos abiertos al mar, mientras las nubes oscuras luchan por mitigar unos rayos de sol que miran fijamente al reloj, intentando quedarse un ratito más antes de irse a la cama. Es justo en ese momento, justo cuando se empiezan a marchar, que todo el mar se pinta de color dorado. Como las armaduras gastadas de los grandes caballeros medievales, como las tuberías de latón. El movimiento de las olas recuerda al de un mecanismo metálico. Es hipnotizante.

Bajo aquella escena, en compañía de un par de estatuas parlanchinas me di cuenta de dos cosas: la primera, que ese momento hay que compartirlo con alguien, añoré mucho a mis seres queridos que entonces estaban muy lejos de mi y entendí que si no compartes la vida ella solita se va a buscar a la gente. La segunda fue la total seguridad de que no veré con los mismos ojos a James Joyce cuando haya leído el Ulises, pero no me cabe duda de que volveremos a encontrarnos, quien sabe si para bajar esas escaleras que llevan al mar.

1 comentario:

  1. "Es justo en ese momento, justo cuando se empiezan a marchar, que todo el mar se pinta de color dorado. Como las armaduras gastadas de los grandes caballeros medievales, como las tuberías de latón. El movimiento de las olas recuerda al de un mecanismo metálico. Es hipnotizante". Totalmente de acuerdo. Creo que han sido las aguas más hipnotizantes, aunque no las más bellas que he visto en mi vida.

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