domingo, 18 de septiembre de 2011

Septiembre

Caen las primeras hojas de los árboles.

La una de la tarde empieza a dejar de ser una hora insana para tomarse unas cañas en una terraza con los amigos; domingos y sábados sustituyen a lunes, martes y miércoles en nuestros planes nocturnos. Te invade la pereza solo al pensar que tienes que volver a clase, pero por otro lado sientes una terrible nostalgia. Es cierto, las clases no son tan malas.
Te preguntas qué habrá sido de ellos, te sientes un poco mal por no haber mandado un mísero mensaje siquiera durante el verano, aunque sabes que eso es señal de que no has tenido tiempo para nada mas que para no hacer nada. Sinceramente creo que esa es la esencia del verano, no hacer nada. Desconectar completamente por unos meses, quitarte la correa de la rutina, tirarte de planchazo a la piscina y sorprenderte de que a pesar de la ingente cantidad de helados que te metes en el cuerpo, pierdes peso.
Hay quien dice al llegar septiembre que se siente mal porque no ha hecho nada durante el verano, que podría haberse puesto a estudiar inglés o a aprender a cocinar decentemente... Mi abuelo decía que el verano era la estación más importante del año porque como no tienes nada que hacer, puedes dedicar tu tiempo a atender aquellas cosas de las que no te puedes preocupar durante el invierno, que son esas cosas pequeñas precisamente las que te ayudan a afrontar con fuerza las siguientes estaciones.
Entonces vuelve el olor a mar, el sonido de tus pies corriendo contra las olas, los partidos en la playa, las noches de hogueras a la luz de la luna, los paseos nocturnos por Madrid dibujando con las estrellas, las frías mañanas esperando ver salir el sol... Te acuerdas también de ella, y te entra un poquito más de ganas de volver, porque sabes que la vas a ver, y te quedas embobado imaginando que ella piensa en ti la mitad de lo que tu piensas en ella.


Suena la última alarma del despertador. Te levantas como un resorte impulsado por tus últimos pensamientos. Abres la ducha y pones la música. En veinte minutos enfilas la puerta con la mochila colgando de tu hombro derecho. Sabes que el vientecillo fresco de la parada del autobús va a quitarte la sonrisa, pero aun así sonríes porque sabes que en el fondo, muy en el fondo, una minúscula parte de ti deseaba volver a clase, gracias a bolonia por supuesto.