lunes, 17 de octubre de 2011

Tristán e Isolda

Llevaba 3 años estudiando filosofía.
El descubrimiento prematuro de Nietzsche a los 14 años había causado, al igual que a muchos de sus compañeros, un cambio en su concepción del mundo.

Se consideraba un ser extremadamente racional, se sentía fascinado por todo lo relativo al pensamiento humano, a la forma de ver las cosas. Le encantaba discutir, pero no era pedante. De pequeño rechazó hacer la comunión y conforme fueron pasando los años, desarrolló una gran antipatía hacia toda religión, especialmente hacia el cristianismo, por ser esta la más cercana a su cultura. No podía entender como un cuento chino había conseguido engañar a la gente durante tantos siglos, las increíbles atrocidades que se llegaron a cometer en nombre de falsos dioses, no podía entender que la gente, sabiendo todo el mal que ha hecho la religión al progreso, a la ciencia, al mundo en general, siguiese yendo, a pesar de todo, cada domingo a la iglesia.
Su vida universitaria le impedía pasar apenas tiempo en casa cerca de sus seres queridos. Sacrificó un seminario de teoría del conocimiento para ir a comer con su abuela, que no podía evitar dejar escapar un gesto melancólico cuando veía al niño que había despertado todas las mañanas desde los 8 hasta los 14, y dado de comer hasta los 18, convertido ya en todo un hombre. Hablaron de la gente del pueblo, del descaro del frutero subiendo los precios, de la hija de una vecina que se iba a casar dentro de poco, y de la religión. "Hijo, ya sé que hoy en día es muy tonto creer todas esas cosas. Yo no me creo la mitad de lo que dice el padre Antonio cada domingo pero, no se, me hace sentir bien. Si voy a misa me obligo a salir de casa, compro el pan, hago algo de comida, hablo con la gente y sobre todo no me quedo aquí encerrada. La soledad es muy dura, y es que echo de menos a tu yayo y necesito pensar que, con lo que luchó por nosotros en vida, con lo que nos quería... tiene que estar en un lugar bueno."

A Nietzsche le siguieron otros muchos como Hesse, Rimbaud, Whitman, Baudelaire o Goethe, pero sin duda la mejor colleja de todas se la había dado su abuela aquel día.
Al fin y al cabo, tampoco era tan diferente de su abuela. Si bien no iba a la iglesia, sus creencias le esperaban fielmente cada lunes en los estantes de la biblioteca.

domingo, 9 de octubre de 2011

Esos días...

Te levantas con el pie izquierdo y te pones las zapatillas del revés.
Te echas medio tazón de cola cao sobre la camiseta porque no escuchaste los berridos de tu madre diciéndote que hubieses desayunado antes de empezar a vestirte. Es igual, ya te habías manchado el cuello de sangre cortándote con la cuchilla de afeitar. La radio no se sintonizaba bien esa mañana. Bajaste los escalones de tres en tres y te torciste un tobillo, pero te comiste el dolor porque tenias que correr a la parada del autobús que, por supuesto pierdes. Intentas peinarte en el reflejo del cristal de la parada mientras conectas los cascos de musica a tu iphone. Se te acaba la batería a los 5 minutos. ¿Y ahora qué?
Empiezas a hacerte a la idea de que hoy tendrás que prestar atención a ese mundo grisaceo publicitario de mierda que te rodea. Te sientas por primera vez cerca del conductor del autobús, y reconoces una de tus canciones favoritas sonando en la radio. Es un privilegio solo al alcance de los 10 pasajeros más cercanos, pero decides rechazarlo, porque prefieres escuchar la conversacion de las dos señoras cincuentañeras de detrás. Te das cuenta de lo jodido que es trabajar de cocinera en los fogones de una facultad cerca de Moncloa, y te alegras bastante de estar estudiando una carrera jodida. Con todo no ha sido tan mal día, llevabas meses sin sentir esa sensación.
Llegas al metro y te encuentras con un compañero de curso al que no veías desde hace un año. Os poneis al día durante los 20 minutos que dura el trayecto en metro hasta tu facultad. Sales del metro con una sonrisa de capullo, porque te das cuenta de que por cosas pequeñas como estas eres capaz de aguantar cualquier reto, por difícil que sea, y concluyes que tal y como vives es absurdo decir que has tenido un día de mierda, porque cada mañana, desde que te levantas, hay un montón de personas que se levantan destinadas a coincidir contigo, a iluminarte del mismo modo que tú iluminas sus vidas.

Mi profe de religión estaba equivocada. Los ángeles existen y nos acompañan siempre, aunque no creamos en ellos.