miércoles, 27 de febrero de 2013

Su cuento

"¡Cállate!" Le decía mamá cada vez que él le contaba sus problemas en el colegio, "Los amigos vienen y van, están, cuando están, para lo que están" Esta frase le recorría por dentro como un vaso de aceite hirviendo, pero con el paso de los años ha ido descubriendo que quizás estas palabras no iban para nada desencaminadas.
Todo sucedió súbitamente, el día que decidió definitivamente romper con una parte de su mundo rutinario, cuando comprendió que el secreto estaba en aprender a saber con quien podía compartir las cosas que le pasaban, y si no era capaz de encontrar a alguien de quien fiarse, ¿qué iba a hacer?
 Fue entonces cuando comenzó a escribir, porque por lo menos los cuadernos de notas que llenaban sus cajones sólo se chivarían a su madre alguna que otra mañana de sábado en caso de que decidiese cotillear en su habitación mientras pasaba el aspirador. Nadie más solía entrar en su cuarto. Pasó el tiempo, tan rápido como cambian los semáforos de color, hasta que un día alguien más entro en su cuarto y, mira por donde, le dijo que esos cuadernos eran una maravilla, que era realmente bonita la manera que tenía de expresarse ante la vida. Él al principio se sonrojo y pensó que simplemente estaba siendo adulado, pero una parte de su interior le animó a dejarse llevar y entonces sacó un par de cuadernos, más chiquititos, más íntimos. Ella apenas podía contener las lágrimas cuando terminó de leer la historia. Le confesó que le parecía un crimen que el mundo no tuviese la oportunidad de conocer aquella historia. Él le contestó que para llegar a conocer una historia, lo primero que tenemos que hacer es estar dispuestos a escuchar.

martes, 26 de febrero de 2013

Como si fuese ayer

Un coche verde aparcó en la puerta de la estación. Él ya estaba esperando de pie en la puerta: un chándal de adidas con la capucha puesta insinuando unos enormes cascos blancos.
Estás más gordo -dijo el conductor mientras bajaba la ventanilla del coche.
-Yo te recordaba con algo mas de pelo, respondió con una sonrisa.
En el trayecto desde la estación hasta mi casa nos pusimos al día acerca de los temas mas lógicos, los importantes vendrían después. Cuando entramos por la puerta mi madre apenas le recordaba. Habían pasado 3 años y medio desde aquellas increíbles dos semanas. Puedo asegurar que aquella fue la única vez que fui a la playa y no me puse moreno porque, en aquel verano, mi verano de segundo de bachillerato, aprendí a mirar el mar con otros ojos. Descubrimos que la playa si que podía ser nuestra y todas las noches la recorríamos corriendo antes de llegar a casa a dormir cuando los primeros coches sonaban. Para mi todos los veranos son el cielo, pero estoy seguro de que nunca he sonreído tanto a las estrellas como aquellas noches. Aprender a escuchar lo que dicen las olas es un privilegio que no todo el mundo tiene la suerte de poder compartir.

Y aquí nos encontrábamos ahora, como si no hubiese pasado el tiempo, ambos disfrazados preparados para morir juntos aquella noche, como debía ser, y quemar la play a la mañana siguiente.

El resto de detalles se los reservan los autores de la historia, tan solo dar gracias por estos momentos que te da la vida, porque son los que realmente hacen que las cosas tengan auténtico valor.