domingo, 24 de marzo de 2013

El vivero

Sonó el pitido final del partido y con él, todos los nervios se transformaron en sonrisas. Todos nos dimos unas palmaditas en la espalda y cogimos el coche para ir rápidamente a un bar a celebrar la victoria. Hablamos de todo, de las cantadas, de los errores, de los goles... pero siempre con una cerveza por delante. Por eso este año era diferente de los demás, es cierto que pocos años íbamos a tener tan buenos como este, y mas teniendo en cuenta que al año siguiente subíamos de categoría, pero se trataba de aprovecharlo al máximo. Los partidos importantes se preparaban con unas pizzas en casa la noche anterior, aunque al final acabábamos jugando a la play. Y ganábamos, y por eso sabía todo mejor. Habíamos pasado un par de años duros, cuando las cosas no nos sonreían tanto, pero seguíamos jugando juntos y es quizás por el hecho de haber pasado juntos los ratos amargos, que ahora que sentíamos que éramos los mejores, todo sabía un poquito mejor.

Quedaba mucha liga todavía por delante, y era muy probable que no ganásemos e incluso que quedásemos fuera de los tres primeros puestos, pero aun así me sentía afortunado porque era consciente de que dentro de muchos años, cuando ya las rodillas no me dejen seguir jugando, podría mirar atrás con alegría y recordar que hubo una época en que éramos los mejores, y teníamos el lujo de sentirnos como auténticos dioses, todos iguales, todos juntos.

martes, 19 de marzo de 2013

Donde quiera que estés

Salimos los tres del coche, nos abrazamos cariñosamente y prometimos volver a vernos lo antes posible.

-Espera aquí, ahora vuelvo.

Esperé de pie apoyado en la puerta delantera de mi coche. El sol ya empezaba a ocultarse y hacía algo de frío. Estaba considerando seriamente la idea de ir al maletero a por el abrigo, pero me encontraba cómodo con la sudadera y la bufanda, así que en un alarde personal de hombría permanecí  impasible como si soplase una agradable brisa de verano. Cuando ellas doblaron la esquina empecé a sintetizar las emociones de aquel día, pero apenas podía contenerlas. Iba a necesitar una buena charla después de este momento, llamé a Mayo, pero no lo cogía. Eli si. Le di un adelanto y la garantía de vernos en veinte minutos. Colgué, ella regresaba.

- ¡Date la vuelta, no me mires!

Me giré automáticamente hacia los árboles que separaban aquella urbanización de la autopista, pero mi curiosidad me hizo volver rápidamente la vista al cabo de unos segundos. Vi que llevaba unas llaves de un coche, me di de nuevo la vuelta y esperé durante un par de minutos.

-Ya puedes darte la vuelta

Eran tres regalos, con tres dedicatorias: "Para ti", "Para mi", "Para nosotros".
Nos abrazamos. Me pidió que no volviese a besarla, que era lo mejor para ella. Nos miramos brevemente a los ojos. Aunque me encantaba mirarla como lo había hecho estos últimos días sabía que corría un gran riesgo si lo hacía.

-Me la jugué. Lancé la misma pregunta de aquella noche mágica unos meses atrás : ¿Quieres que vuelva a pasar?

- No puedo contestar ahora a eso.

Sonreí. Nos abrazamos de nuevo y me disculpé por ser tan malo con las despedidas. Le di las gracias por todo y corrí a meterme dentro del coche.
Arranqué y la vi por última vez antes de tomar la salida de la urbanización. Llevaba una funda de guitarra en la espalda. Nos sonreímos y pisé el acelerador.

sábado, 9 de marzo de 2013

Sometimes we cry

Aquel martes llegué a casa muy estresado.

Crucé la puerta diciendo un escueto "hola", deje el abrigo y la bufanda tirados en la silla y subí las escaleras corriendo para encerrarme en mi habitación a pensar en mis cosas. Me sentía asfixiado por todo lo que tenía que hacer, no conseguía calmarme para poner en orden mis pensamientos y dictar un plan de acción coherente para el martes. Pensé que quizás lo que necesitaba era escribir, así que rescate el ordenador portátil a hurtadillas del salón y me lo llevé como un trofeo a mi cueva. Nada, pasaban los minutos y mirar fijamente la página en blanco del word no hacía que las cosas cambiasen.

Me tumbé en la cama y cerré los ojos con la esperanza de echar una pequeña siesta antes de cenar, pero no había manera, mi descanso era perturbado por los aullidos musicales del móvil de mi hermano que atravesaban la pared que separaba nuestras habitaciones. Pensé en levantarme para darle cuatro voces y que bajase el volumen, pero en lugar de ello me puse a escuchar la música.

Fue la solución, como cuando quedas a tomarte unas cañas con un amigo para contarle tus problemas y en el momento álgido de la conversación, cuando crees que ya no puedes más y vas a explotar, él posa su mano sobre tu hombro y te dice que no te rayes. Caí dormido con la voz de Van Morrison hasta que mamá me despertó para ir a cenar. Aquella noche descubrí dos cosas: que mi hermano nunca dejará de sorprenderme, y que me siento mucho mejor escribiendo en primera persona. Lo de que la música mueve el mundo creo que ya lo sabemos todos, aunque a veces intentemos engañarnos.