domingo, 24 de marzo de 2013

El vivero

Sonó el pitido final del partido y con él, todos los nervios se transformaron en sonrisas. Todos nos dimos unas palmaditas en la espalda y cogimos el coche para ir rápidamente a un bar a celebrar la victoria. Hablamos de todo, de las cantadas, de los errores, de los goles... pero siempre con una cerveza por delante. Por eso este año era diferente de los demás, es cierto que pocos años íbamos a tener tan buenos como este, y mas teniendo en cuenta que al año siguiente subíamos de categoría, pero se trataba de aprovecharlo al máximo. Los partidos importantes se preparaban con unas pizzas en casa la noche anterior, aunque al final acabábamos jugando a la play. Y ganábamos, y por eso sabía todo mejor. Habíamos pasado un par de años duros, cuando las cosas no nos sonreían tanto, pero seguíamos jugando juntos y es quizás por el hecho de haber pasado juntos los ratos amargos, que ahora que sentíamos que éramos los mejores, todo sabía un poquito mejor.

Quedaba mucha liga todavía por delante, y era muy probable que no ganásemos e incluso que quedásemos fuera de los tres primeros puestos, pero aun así me sentía afortunado porque era consciente de que dentro de muchos años, cuando ya las rodillas no me dejen seguir jugando, podría mirar atrás con alegría y recordar que hubo una época en que éramos los mejores, y teníamos el lujo de sentirnos como auténticos dioses, todos iguales, todos juntos.

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