domingo, 18 de agosto de 2013

Te morías por volver

con la frente marchita, como cantaba Gardel, por sentarte en un bar a contar tus historias con unas cervezas por delante, compartir todos esos buenos recuerdos y experiencias que has tenido la fortuna de acumular durante todo el trayecto. Tienes tanto que contar que no sabes ni cómo vas a hacerlo, pero te da igual porque necesitas soltarlo, necesitas sentir que has regresado a casa. Y que vean que no eres el mismo. Saliste corriendo sin saber muy bien lo que buscabas, necesitabas huir, alejarte de todo y aclarar tus ideas. Viste salir el sol desde veinte lugares distintos, contaste veinte veces las estrellas asegurándote de que no faltaba ninguna, aprendiste que un idioma distinto no hace diferentes a las personas, pues a veces dos lenguas pueden juntarse en una sola. Adoptaste la cerveza como religión universal, brindaste por mil y un motivos distintos, cantaste hasta quedarte sin voz y seguiste cantando hasta que la policía te dijo que no, te bañaste en playas, fuentes, ríos, arroyos, hiciste nuevos amigos, amigas, descubriste que puedes llegar a un lugar y sentirte como si hubieses pasado toda tu vida allí. Intercambiaste sonrisas por historias.

Pero lo que mejor te hacía sentir no eran todas esas anécdotas, era el haber tenido la libertad de llegar a conocerte un poquito más a ti mismo.