domingo, 9 de octubre de 2011

Esos días...

Te levantas con el pie izquierdo y te pones las zapatillas del revés.
Te echas medio tazón de cola cao sobre la camiseta porque no escuchaste los berridos de tu madre diciéndote que hubieses desayunado antes de empezar a vestirte. Es igual, ya te habías manchado el cuello de sangre cortándote con la cuchilla de afeitar. La radio no se sintonizaba bien esa mañana. Bajaste los escalones de tres en tres y te torciste un tobillo, pero te comiste el dolor porque tenias que correr a la parada del autobús que, por supuesto pierdes. Intentas peinarte en el reflejo del cristal de la parada mientras conectas los cascos de musica a tu iphone. Se te acaba la batería a los 5 minutos. ¿Y ahora qué?
Empiezas a hacerte a la idea de que hoy tendrás que prestar atención a ese mundo grisaceo publicitario de mierda que te rodea. Te sientas por primera vez cerca del conductor del autobús, y reconoces una de tus canciones favoritas sonando en la radio. Es un privilegio solo al alcance de los 10 pasajeros más cercanos, pero decides rechazarlo, porque prefieres escuchar la conversacion de las dos señoras cincuentañeras de detrás. Te das cuenta de lo jodido que es trabajar de cocinera en los fogones de una facultad cerca de Moncloa, y te alegras bastante de estar estudiando una carrera jodida. Con todo no ha sido tan mal día, llevabas meses sin sentir esa sensación.
Llegas al metro y te encuentras con un compañero de curso al que no veías desde hace un año. Os poneis al día durante los 20 minutos que dura el trayecto en metro hasta tu facultad. Sales del metro con una sonrisa de capullo, porque te das cuenta de que por cosas pequeñas como estas eres capaz de aguantar cualquier reto, por difícil que sea, y concluyes que tal y como vives es absurdo decir que has tenido un día de mierda, porque cada mañana, desde que te levantas, hay un montón de personas que se levantan destinadas a coincidir contigo, a iluminarte del mismo modo que tú iluminas sus vidas.

Mi profe de religión estaba equivocada. Los ángeles existen y nos acompañan siempre, aunque no creamos en ellos.

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