domingo, 26 de febrero de 2012

Pongamos que hablo de

Allá donde los sueños viajan en metro. Los jóvenes van al psicólogo, empastillados, porque no pueden dormir por las noches. Los corazones rotos se amontonan bajo las farolas que iluminan restos de alcohol en las aceras de huertas. Una rubia déspota gobierna con mano de hierro estas tierras pretendiendo que paguemos al médico cada vez que tengamos un catarro.
A mamá y papá esto apenas les importa, pues bastante tienen con conseguir que las cuentas cuadren el día 31. Mi hermana mayor se pasa las noches hablando por el ordenador. El sonido de su móvil vibrando a todas horas es insoportable, casi ni me deja dormir. Caminas por la ciudad con los cascos puestos, encerrado en tu propia película, porque no sabes si estás preparado para afrontar la realidad que das de lado cada mañana. Y sin embargo huele. Huele a basura, a pescado podrido; a manta sudada y a comida de supermercado caducada; a fruta pasada y a perro mojado.
Y te evades de todo esto porque quieres, porque no te queda otra. Y cada día sale más gente a la calle, pero no a manifestarse (que también) sino porque la echan a patadas. Porque tu tío, ese joven prometedor que tuvo que ponerse a trabajar a los catorce años porque su padre no vendía suficientes relojes para comer en casa, tras casi 40 años trabajando en una empresa, resulta que no es rentable para los de arriba. Y le largan; y entonces cae el telón de tu fantástico cuento de hadas, de tus desvaríos, amores y desamores, de tus tardes tumbado en el césped aprendiendo a tocar el violín en vez de estar haciendo integrales.
Sustituyes las noches de sexo y alcohol por madrugadas en el mc auto, preguntando a las 3 de la mañana a pokeros en su seat león si quieren pepinillos o no en su Bic Mac. Aprendes un montón de cosas entre las freidoras del mcdonalds.
Ya no sales por ahi de la misma manera, en el fondo una parte de ti agradece el trabajo no sólo por la inmensa suerte que has tenido de encontrarlo, sino porque ahora has roto un poco esa burbuja egocéntrica que aislaba tu vida y puedes permitirte el lujo, de vez en cuando, de respirar aire fresco.Los libros sustituyen a la música en los trayectos en metro, y de vez en cuando aparece alguno que no puedes evitar recomendar a tus amigos, como "El vendedor de sueños" o "Pedro Páramo".

Y es cuando te sientes un pelín liberado de la asfixiante atmósfera que crea nuestro sistema social, que te preguntas ¿cómo puedo cambiarlo? Y recuerdas una de las magníficas charlas matutinas de Mariano Soler en las que te plantaba en la pizarra un problema imposible, típico de un lunes a las 8 y media de la mañana, aderezado con la frase "No me sean gañanes, piensen que si no puedo resolver el problema de golpe, A LO MEJOR puedo intentar dividirlo en pequeños cachitos, e ir resolviéndolos por separado..."

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