miércoles, 23 de abril de 2014

En el gueto

Eran las 20'30. Cuando el segundero señalaba a las 12, ni antes ni después, Irene se levantó de la silla en la que se pasaba 9 horas diarias sentada desempeñando su labor como recepcionista en una pequeña gestoría. Sin despedirse de nadie, abrió la puerta y empezó a andar rápidamente hasta que llegó a su coche. Entró, cerró la puerta y rompió a llorar.
Pasado un minuto puso la radio para tranquilizarse. La música lo hacía todo más fácil. Según conducía prestaba atención a las hermosas vistas de su ciudad: los hermosos paseos llenos de árboles, las grandes fuentes que refrescaban el ambiente en fechas calurosas, las calles anchas que daban sensación de inmensidad, los enormes parques para niños pequeños con los padres charlando alegremente, legiones de "runners" prestando más atención a sus pulsaciones que a la gente con la que se encuentran. Montones de clínicas privadas habían abierto negocio recientemente, pues un único ambulatorio público no daba para abastecer a toda la población.


Se sentía afortunada de vivir en una pequeña ciudad en la que imperaba la clase media. Cuando hace un par de años el alcalde tomó la impopular medida de subir drásticamente el precio de la vivienda, muchos se temieron una ciudad desierta, pero para sorpresa de todos no pasó eso. Por supuesto, los menos pudientes abandonaron la ciudad tan pronto como pudieron. Sorprendía destacar que únicamente quedaba en la ciudad un par de pequeños núcleos de población inmigrante, las únicas viviendas de protección oficial que se habían otorgado hace ya bastante tiempo. Todo era maravilloso, utópico, parecía una partida del videojuego "Los Sims".

Entró en su urbanización, situada en las afueras, contaba con vigilante, pistas de padel y dos piscinas. Los vecinos siempre sonreían cuando les saludabas. Eran muy agradables, pero decidió que no haría amistad con ninguno cuando, al estar embarazada de su segunda hija, un vecino le llevó un libro titulado "Cómo criar a su bebé".

Para cuando llegó a casa las lágrimas ya habían desaparecido de su rostro. Sus dos peques corrieron a abrazarla mientras su papá preparaba la cena. Les miró a los ojos y sintió con más fuerza un pensamiento que llevaba rondando su cabeza desde hacía bastantes meses.
Se acercó cariñosamente a su pareja mientras cocinaba, besó tiernamente su cuello y le susurró "vamos a salir del gueto".


Sus hijos se merecían algo mejor.

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