Reconocer que desconoces lo que eres.
Atreverte a enfrentarte a lo que sientes.
Sentir tu existencia concentrada en un puño y, cuando lo abres, desvanecerte con un soplo de aire que pasa a formar parte de la ciudad.
Entender que puedes estar años construyendo un castillo para derrumbarlo en solo unas horas.
Ser más pequeño que lo que sientes, y sentirte aliviado de que así sea.
Dejar que el descontrol se apodere de tu mente mientras divagas y las ideas se difuminan en pensamientos inefables.
Ser el bueno, el malo, el cobarde, el Guerrero y el derrotado.
Esperar a que todo acabe.
Y después, preguntarte quién cojones eres.
No puedo no elegir una respuesta, y aunque siento toda la culpa del mundo, me sale esbozar una sonrisa mientras lo asumo.
Sonrío y caigo rendido. Mañana más.
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